Había empezado a llover de un modo suave. Cuando esto sucedía, BLanca salía a sentir el calado de la lluvia.
No estaba loca, como decían los que se encontraban cerca de ella al verla salir con los brazos extendidos, con las palmas de las manos hacía arriba. Se balanceaba con los ojos cerrados y canturreaba canciones que, o no se habían inventado, o habían quedado sumidas en el olvido. De lo más profundo del alma afloraban sentimientos dormidos y sonreía..., a la vida, al amor; no es que fuera enamoradiza ni voluble, simplemente, momentáneamente todo su ser se conmocionaba y era el calado de la lluvia como el beso del amante apasionado que se afana en poseer su cuerpo y su alma..., y danzaba. Danzaba estremecida al son de la melodía que las gotas de la lluvia hacían sonar calando hasta lo más profundo de su ser. Aparecían recuerdos dormidos de vivencias pasadas. Cantaba en susurro amoroso cosas que nadie sino ella comprendía:
Sabía que era un truhán,
pero yo le amaba.
Sabía que era: taimado,
vil, y embustero;
pero yo le amaba.
Le amaba, porque él tenía:
En su mirar, su caminar
y en todo lo que hacía
un halo de misterio
que a mí me estremecía.
Y, aún sabiendo
todo lo que de él sabía,
yo le seguía amando...,
¡Amando, porque él tenía,
un halo de misterio...,
que a mí me estremecía!